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¿Quién mató a Pepito Gámez?


 

Pocas veces alguien puede darle un espectáculo que impresione a los profesionales circenses, pero en aquel pueblo lo hicieron. Por eso, cada función se hacía con todas las luces encendidas; para que los equilibristas pudieran ver la cara al increíble público. Era mejor que gratis: pagaban ellos.

Después de casi cuatro meses de espectáculo en Panrico, la caravana de coches del circo emprendía el camino de la costa en busca de un buen lugar para descansar e idear añadidos a la atracción. No siempre lo hacían así, y por eso les sabía mejor cuando se lo podían permitir.

El mar del norte es bravo e impresionante, pero visto desde la altura de aquellos montes daba sensación de dominio y supremacía. Por eso decidieron, tras horas y horas de carretera, buscar un lugar en el que acampar en la zona que, además, estaba apenas un poco desviada del camino del próximo destino que escogieron sobre el mapa: Santa María.

Acamparon a unos 70 kilómetros del pueblo, con intención de pasar una o dos semanas. Pero, al día siguiente, Valentino y Yusnavi, la panameña, partieron para ver las condiciones del camino que les faltaba. Calcularon que en tres horas podían hacerlo tranquilamente, después de parar en una casa de comida a las afueras de Santa María. Allí comieron algo, compraron una botella de vino y tomaron el camino de regreso para detenerse al pie de un precioso acantilado y montar un íntimo pícnic. Ambos, decididos a dar rienda suelta a su apetito sexual, como hacían esporádicamente.

Pepito era un niño conflictivo, extremadamente introvertido, y que “iba a acabar mal” ante los ojos de todo el que lo conocía. Su padre y su madre bebían mucho. Ambos estaban en paro y no tenían una dedicación fija, aunque tampoco asumían cualquier trabajo para el que se le requería. Era una pareja extremadamente violenta y la gente les huía, por temer una reacción fuera de lugar en cualquier momento. Pepito fue testigo de muchas escenas de esas en casa y, aunque de momento el niño no transmitía imitación de ello, su aspecto de víctima también daba miedo a muchas personas. Su trato personal con jóvenes se limitaba a los otros dos monaguillos de la parroquia: Ito y Benigno.

Ito era de otra clase social y se solía mostrar distante a Pepito y sus problemas. Benigno, abusaba de él en todos los aspectos y lo tenía traumatizado. Benigno era un poco mayor que él y su despertar sexual marcaba al jovencito. Todo ese derrame hormonal se le había venido encima de repente, sin darle oportunidad a pensar, a asumir las cosas. Así, cuando llegaba al orgasmo con las obligadas prácticas homosexuales clandestinas, donde asumía el papel más pasivo, se sentía un delincuente. Ayudaba a ello aquella educación pueblerina, en la que la homosexualidad estaba peor vista que una enfermedad: era una desviación demoníaca a la que Benigno, el huérfano, no parecía temer lo más mínimo y a la que sometía continuamente a Pepito. Encima, se excitaba observando cuando Pepito satisfacía al otro chico; a veces, hasta le decía como actuar mientras se masturbaba ante toda aquella sumisión. En realidad, Pepito sentía una fuerte atracción por Benigno, pero éste no se dejaba querer: Era demasiado bruto y abusador.

Por supuesto, aquella sociedad rural aferrada fuertemente a creencias religiosas machistas no ayudaba, sino que por el contrario tenía al chico hundido en una profunda depresión. Posiblemente, si hubiera sido de otra forma, el joven hubiera aceptado con naturalidad su homosexualidad y decidido su orientación sexual con libertad, pero no se daban las condiciones. Por eso, Pepito andaba ese día solo, paseando por la zona de los acantilados; donde tantas veces se tiraba de los pelos pensando en cortársela, sin capacidad para asumir la naturaleza placentera del sexo.

Le pareció oír voces y se dirigió hacia el lugar, del que parecían provenir, sin hacer ruido. Entre las ramas de la vegetación, vio como Valentino estrujaba a Yusnavi. Ella lo disfrutaba y deslizaba una mano experta hasta el agradecido paquete de su acompañante. Bajó el pantalón deportivo que llevaba y extrajo el pene para acariciarlo y acabar por introducirlo en su boca. A Pepito se le fueron los ojos a la cintura de la chica, a las piernas largas y perfectas y a la mano de Valentino que acariciaba la entrepierna de la chica. Sin darse cuenta, sin querer, la estampa causó una erección en el joven que no dudó en empezar a tocarse sin quitar ojo de la escena.

Valentino había bajado la parte superior de la blusa de Yusnavi, dejando al aire unos pechos perfectos con pezones oscuros y erectos. La giró, al tiempo que bajaba sus bragas hasta las rodillas y subió un poco la falda. Tomó su pene duro con la mano derecha mientras con la izquierda estrujaba una nalga y se aproximaba hasta introducirse en ella, que no reprimió sonoros gemidos de placer y agradecimiento. Empezó a empujarla pegado a su espalda, tomándola con las manos de las caderas, en esa posición lateral que daba todo un espectáculo al chico. Prometía ser una de las mejores pajas de su vida, si no fuera por que se le fue un pie hasta hincar una rodilla en el suelo con el ruido inevitable de aquel inesperado accidente. Valentino saltó sobre él al instante y lo levantó de una oreja, aun con medio miembro fuera de su bragueta. Lo llevó hasta Yusnavi riendo, que les esperaba -también sonriente- tapándose apenas los pechos, pero todavía con las bragas por las rodillas.

El pacto fue inmediato. Valentino acercó a Pepito, le bajó los pantalones delante de Yusnavi y ésta tomó el pene del jovencito con su mano derecha y lo masturbó solo un instante antes de metérselo en la boca e inundarlo de calor y humedad. Pepito no supo o no quiso reaccionar, hasta que volvió a tener su miembro totalmente erecto. Ante aquellos suspiros de placer, Yusnavi, sonriente pero sin dejar la faena, tomó una mano del chico y la llevó a los pechos que exhibía. Valentino volvía a estar totalmente empalmado. Entre él y la chica tumbaron a Pepito, lo colocaron detrás de Yusnavi y consiguieron que la penetrara. Parecía un sueño, hasta que Pepito notó que la intención de Valentino no era solo ayudarlo, sino que metía su pene entre sus nalgas hasta hacerle daño. Ahora tenía que preocuparse de hacer fuerza con el ano, para frenar la entrada de Valentino, al tiempo de disfrutar de la humedad interior y los pechos de aquella fabulosa mujer. Se le hacía mucho, pero aguantó. Así, siguió disfrutando de la maravillosa Yusnavi, hasta que Valentino se empeñó en ponerla de cuatro patas y obligarlo a cambiar de posición. Fue entonces cuando vio aquel terrible badajo que colgaba de la entrepierna de Yusnavi. La cara de Pepito reflejó tal sorpresa que los otros dos no la pasaron desapercibida y rompieron en carcajadas. “Venga, no te hagas el fino ahora… ja ja ja”, increpó Valentino cruelmente. “¿Qué pasa, bonito, me la quieres chupar?” dijo Yusnavi. Eso provocó que Pepito saliera corriendo, empalmadísimo, sin haberse corrido ni subido los pantalones, y así cogió la vereda del acantilado hasta desaparecer para siempre. Valentino y Yusnavi quedaron tirados en el suelo entre carcajadas cómplices y no les costó ignorar al pequeño.

El cuerpo de Pepito apareció un día después en la playa que había al fondo del precipicio de los acantilados. Quién le conoció asegura que es muy posible que se hubiese tirado, que siempre fue un chico depresivo y que aquello podía haberse tratado. Solo la esposa del psiquiatra pensaba que era mejor así: tenía a su marido por un hombre muy duro, de un machismo extremo, que no le convenía a chicos tan tiernos como fue Pepito Gámez que, seguramente, era otra víctima más de la sociedad violentamente patriarcal de Santa María, como casi todas las mujeres…