Contenedor

El bastón blanco y rojo

El bastón blanco y rojo

 

La avenida estaba casi vacía. Era muy temprano y aquel domingo no había ni coches. Delante de mí un señor con gafas opacas barría al frente con un largo bastón blanco y rojo. Solo otra persona se veía en la calle y caminaba hacia nosotros por la misma acera. ¡Increíble!, también tenía gafas negras y un bastón larguísimo blanco con tiras rojas. Como es lógico, llegó un momento en el que los bastones se encontraron y chascaron. Los tres nos paramos, mi curiosidad era inmensamente descarada. Entonces, pensé que igual me detectaban con el famoso delicado oído de los invidentes. Los dos a la vez volvieron a mover sus implementos y chocaron otra vez. Se tantearon suavemente varias veces, cada vez más próximos, acercándose cada uno por su derecha. Cuando estaban a la altura apropiada, extendieron su mano izquierda y se tocaron. Entonces descansaron los bastones, se cogieron manos y brazos y empezaron a palparse con intermitencias que parecían ensayadas. De repente los dos reían o se ponían serios a la vez. Estaban teniendo una conversación silenciosa, amena y por instantes hasta divertida, con menos ruido del que se hace al teclear en el móvil.

No comenté el hecho a nadie, pensé que me tacharían de exagerado o hasta de borracho trasnochador antes de creer algo tan impresionante que parecía fantasioso. Solo años después, y de pura casualidad, supe lo que es un sordociego. Entonces me convencí que era afortunado por ver un bastón blanco y rojo, y oírlo es otra suerte.