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El divorciado y la viuda

El divorciado y la viuda
No me quejo
 
Recorren las venas, quemándolos, aquellos recuerdos.
Con egos acorralados, contantemente, sucumben al asedio.
Ya no lo encuentran denigrante, lo asumen y naturalizan
porque cataratas de lágrimas desangraron sus pechos.
 
Creen que no merecen, por ello,
más alivio o falso consuelo que el que se dan a toda prisa
con la que se cuentan el uno al otro
como es, como quema cada infierno.
 
Sin embargo, la situación se eterniza
y en mortal silencio reviven su dolor
o disfrazan bien sus sentimientos
y descarados se visten de gala y afirman:
«pues yo estoy bien, yo… no me quejo».
 
Mil perdones a los poetas