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El piloto azul

El piloto azul

El primer día que empezaba a volar, la empresa tuvo que llamar a un compañero de imaginaria para sustituirlo. El pobre copiloto se plantó ante su médico de cabecera para confesarle que padecía alucinaciones. En la empresa dijo que sentía náuseas y fue creíble, ante la palidez que mostraba. Se la jugó, esa no era una buena justificación en plena temporada alta, el segundo día de Carnavales.

Fue al instante de sentarse en la cabina de mando de la tripulación técnica. Al proceder a acomodar la cabina para el vuelo, comprobar indicadores, marcadores y fusibles, cuando encontró un pitufo en los mandos del piloto. Pero lo peor fue justo entonces, cuando el comandante -que llegaba tarde- ocupó su puesto: ¡Tenía la cara azulada! Pero, además, es que era un enanito rechoncho y regordete… Imaginó que alguien le había puesto algo en el desayuno y no controlaba lo que estaba pasando, de ahí su histeria mal disimulada.

Nadie le advirtió que aquel comandante se disfrazaba cada año de pitufo, seguramente, aprovechando sus características físicas. O que ponía en sus mandos el machanguito de un pitufo y todo el que volara con él tenía que aguantar aquello. Quien lo acompañase, quien lo asistiera, o -como él mismo decía- el que volase «a su lado» tenía que aguantarlo. Se dice que su afición llega a tal punto que ha dado instrucciones para que, tras su fallecimiento, lo entierren con su uniforme y maquillen de azul sus manos y su cara.

Si aquel segundo hubiera tenido valor para comentarle el problema al comandante, su ansiedad habría remitido inmediatamente y no habría abandonado histérico su primer día de trabajo antes de empezar. Pero es que, el pitufo piloto, era un elemento de larga experiencia y de cortas miras al que todos tachaban como un mal compañero. Era más pro-empresa que la empresa, y se sabía que de él se podía fiar perfectamente el pasaje, pero no los que trabajaban con él. De hecho, fue una fiesta su jubilación y quienes lo conocieron celebran su lejanía cada día de trabajo. Sin embargo, aunque él ya no esté, dicen que hasta las sombras son azules en esa compañía.