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Kahina

Kahina

Al final del invierno bajó Dahia del naciente al desierto. Allí encontró el mismo aposento que con el frío abandonó. Había un gordo en un sofá viendo danzar a esclavas, con el pijama puesto, que la miró indiferente y dijo: «Mora, alcánzame eso».

Llegó el invierno de nuevo. Aunque, esta vez, no tenía permiso la Kahina para subir al naciente, lo hizo como siempre. Sin embargo, no había acabado el invierno cuando la Kahina miraba desde su caballo la caravana de camellos donde iba el gordo en uno y, detrás de él, otro camello cargaba aquel sofá.

Entonces, pensó en quemar y abandonar pueblos y ciudades para que la arena llenase los ojos de los invasores y, ciegos, ignorasen el tesoro del Magreb. Los mazigios cargaban siempre su hogar y veían patria en cada lugar del desierto que transitaban: casi todos.

 

Tres años después de que los árabes ocuparan la ciudad de Cartago (Tunez), las tribus mazigias Zenatas y Yarawas organizadas por Dahia (La Kahina) los derrotan y les hacen retroceder hasta Cirenaica (Libia). Es entonces cuando la Kahina decide abandonar los establecimientos poblacionales estables y quema la tierra para devolver el Magreb a los Amazigh, pensando que los árabes volverían. Pero ambiciosos agricultores huyen para incorporarse a las filas de los invasores. Varios años después consiguen someter a su pueblo y engrosar las filas de los seguidores de Alá. Pero la sombra de la Kahina es larga y se extiende hasta nuestros días.