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La gran muralla

La gran muralla

Llegaron y lo cerraron todo con altos muros, justificados por la necesidad de una intimidad exagerada y desconocida hasta entonces en la zona. Pero, además, durante la fabricación ganaron algún metro por cada lado. Su colindante se extrañó cuando observó que un gran mangero de más de 30 metros de altura que, según le contaron los viejos de la familia, tenía que estar en su lo suyo, ahora quedaba dentro del terreno cercado. Pero no dejó que aquello le afectara, cosa que agradeció cuando observó que el otro se cuidaba de podar la parte que pudiera asomar por fuera, seguramente, para no discutir sobre la propiedad de los frutos de la cosecha. Pensó que así era mejor, para evitar conflictos; pero no pudo ignorar el extraño aspecto de aquella finca, con tantas matas plantadas junto a las lindes, pero todas volcadas hacia dentro por su propio peso.

Un fuerte temporal tropical acabó con la vegetación más vieja y, al día siguiente todos se hablaban a gritos desde la lejanía, dando parte de los desperfectos de cada cual. De la gente nueva no había noticias. Desde fuera se podía ver como el manguero, un papayero y otros grandes frutales, desaparecieron tragados por la parcela amurallada. Sin embargo, nadie pensó que sus dueños podían estar atrapados o incomunicados por la caída de aquellos árboles gigantescos hacia dentro. La gente estaba acostumbrada a no pensar en ellos. Dentro, el silencio era sepulcral; y los demás seguían respetando la intimidad que guardaban los grandes muros.