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Mal negocio

Mal negocio

 

Salían del centro de discapacitados cuando al chico de la silla de ruedas le tiró del bolso un joven desgarbado que pasaba. Corrió con él como un loco, sin pararse a mirar lo que había dentro. Allí llevaba una pequeña cartera, con su documentación y el carnet del centro, y una prueba de heces que tenía que llevar hoy mismo al laboratorio. Ya les habían advertido de que la zona era peligrosa.

El ciego que los acompañaba dijo «¿ves…?». El sordomudo levantó los hombros y mostró las palmas de las manos en un gesto de no comprender aquello. El de la silla de ruedas, le contesto con un «nos entendemos», al tiempo que sentenciaba: «desgraciado».

    - A ver si le da por devolver la documentación, por lo menos. – dijo el que permanecía sentado.

    - ¡Y una mierda! – sentenció el invidente, pensando que era el que tenía mejor olfato para aquellas cosas.

    - Ojalá. – dijo el otro, mientras no reprimía una leve sonrisa burlona.

El sordomudo leía todo esto en los labios de los otros y no terminaba de asimilar el significado de aquella sonrisita. Pero pensó, «después de esto iremos con cuatro ojos…»