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MALDITO

El imperio se extendió como si fuera pólvora matando, árboles y animales, envolviendo en humo negro toda la vida que podía. Consiguió desplazar poblaciones humanas que mañana serían más pobres. Sembró miedo, desesperación, impotencia. Alimentó penas inesperadas, incalculadas, repentinas, que abrazaron con tanto calor que mutaban hasta ser cenizas.

Y las lágrimas no pudieron con el fuego; y los inventos humanos se pusieron en marcha; y se sucedieron accidentes costosos que sesgaron vidas y trajeron más muertes, y más lágrimas que no solucionaban nada. El viento se tornó aliado del enemigo hasta formar un monstruo indomable. Así que lo cercaron y esperaron, mientras el engendro devoraba lo que estaba a su alcance, hasta que poco a poco, fue remitiendo y se convirtió en la brasa que marca el suelo devastado de paraíso carbonizado.

Esa cicatriz del planeta, que la vegetación tapó del todo, dejó marca en los corazones para siempre. De forma que para el ser humano el infierno es un fuego eterno y, para canarias y canarios, cuando el diablo toca una isla, arden todas de impotencia y rabia, por no tener al alcance las llamas malditas y la fuerza de quien antes las apague.