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No te quiero

No te quiero

Margarita conocía al cabrero desde pequeñita. Cuando lo veía venir a sentarse junto a ellas el suelo temblaba del tiritar de miedo de todas las flores. El cabrero tenía la costumbre de romperles el tallo y arrancarles todas sus hojas lentamente, de una en una, recitando en alto aquello de «me quiere, no me quiere, me quiere…»

Margarita estuvo a punto de ser cortada de cuajo, justo cuando cayó la hoja que había intentado quitarse de encima con todas sus fuerzas. Estaba ya muy suelta y, cuando el cabrero apretó su tallo, cayó por si sola. En ese momento, el chico perdió todo interés por ella. Porque aquel joven contaba las cabras dispersas con pasar su mirada por el prado y calculaba las hojas de las flores de una sola ojeada, viendo si eran pares o impares; y, así, siempre usaba las que aseguraban que alguien le quería.

Su tallo se recuperaría pronto de la presión sufrida. De momento ella parece a salvo, ahora que el cabrero sabe que no lo quiere. Pero eso ha mermado su inocencia y ya le ha costado una hoja.