Contenedor

Por igual

Observaba embelesado al pequeño, y admiraba cómo encontraba un paraíso en los brazos de su abuela. La vieja no merecía menos que disfrutar del bebé, con lo mal que lo había pasado…

Para él, su hija seguía siendo aquella jovencita del taller con cuyas pequeñas manos soñaba. Su dulce e inocente sonrisa lo animaban a abrazarla continuamente: quisiera protegerla y mimarla para siempre… Pero ahora estaba su bebé, el de los dos; un ser perfecto que se vería obligado a admitir a sus padres así, como ellos eran. Ojalá les durara mucho la abuela, a pesar de esa esclerosis que la marchitaba cruelmente, para que le transmitiera a su nieto el respeto que merece cualquier padre y el valor de una cultura incluyente.

A veces le abrumaba pensar en la responsabilidad que había adquirido. Tenían buena relación con los vecinos y esperaba mucho de ellos: les iba a hacer falta todo el mundo. Sabía que todo iría bien, porque confiaba en la fuerza del amor que los unió como pareja. Sus padres le enseñaron que el amor era la mayor fuerza del mundo.

Ella, casi cerraba los ojos cuando miraba al niño; parecía que la satisfacción la desfiguraba. La satisfacción de una madre que él no pensó tener por esposa. No creyó poder formar una familia hasta que ella le habló de hacerlo y, ahora, allí estaban los cuatro: la mitad con síndrome de Down, pero todos capaces y felices por igual.

 

Dedicado con todo el cariño a mi prima María Esther García Cánovas