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Reflexión de costumbre

Hay costumbres que pasan por buenas solo por el hecho de serlas, pero no lo son. Hay otras que son solo costumbres y no son ni buenas ni malas. Entonces tenemos las malas costumbres, que a veces se quieren naturalizar. Hasta aquí, vamos viendo que todo no es bueno por el mero hecho de ser costumbre. Lo ideal sería tenerlo todos claro y que esas prácticas se abandonen.

Hay cosas que se van perdiendo, como compartir cultura. Aquello de prestar un libro bueno a un amigo, sin que nadie pueda explicarlo, ha pasado a ser una donación de los libros que quieres quitarte de encima. Además, se suele hacer de forma fraccionada, por los alijos acumulados o por proteger la privacidad: las librerías particulares dicen mucho o todo de sus propietarios, aunque a veces cueste aceptarlo.

Pero es que hace mucho pasó eso mismo con los discos de vinilo: «Tráete una cintita y yo te lo grabo». Estaba clarísimo, los discos buenos no salían de casa. Con los archivos digitales volvimos a caer, pero solo un tiempo. Y a fuerza de palos reaprendimos que la cultura interesante es una propiedad que no se presta y, esa costumbre de no prestar, es de las pocas costumbres buenas que se ha conservado con el tiempo. Lo peor es que venimos a adquirirla solo cuando ha nacido la alternativa de poder grabar una cinta, fotocopiar, etcétera, y ya nos hemos llevado algún disgusto que se alarga interminablemente en el tiempo. En realidad, es solo una debilidad humana lo de ablandarse y pretender compartir con quien acaba por convertirse en el nuevo propietario. Desde pequeños queríamos compartir con los amigos los mejores juguetes. Eso es tan humano como sobrevalorar la propiedad intelectual de otros y pretender disfrutarla una y otra vez al gusto, como si fuera propia, pensando que es de quién la paga.

Después están esas cosas incomodísimas: como cuando se te quedan mirando y te saludan por la calle sin que tú sepas quién es esa persona. Uno saluda por costumbre, más que por otra cosa, automáticamente, pero sintiendo una incomodidad funesta que se vira a rabia interior rápido, sin abandonar parte del malestar original. Igual es gente que te ha visto en Facebook o por cualquier lado y se le escapa un saludo al reconocerte. Qué ridículo entonces saludarlo, ¿no? Son costumbres insalvables, que fastidian, pero que están ahí y hay que aceptarlas.

Otra cosa es lo de que alguien venga a la habitación donde estás y, de repente, al salir te apague la luz. A continuación, te dice: «Ay, perdón, es la costumbre», y no, eso no es una buena costumbre. Eso es como eructar o expulsar gases apestosos; que puede ser bueno y saludable cuando estás solo, pero cuando hay alguien más no.

Por supuesto, hablando de costumbres no podemos olvidar aquellas que son más bien tradiciones y se dan de antemano por buenas costumbres. Estas suelen estar protegidas por los guardianes alados de la tradición, que ponen cara de estarte haciendo un favor cuando se prestan a mostrarlas, como si tuvieran la patente de algo que suele ser popular. Con esas miradas por encima del hombro, con esa actitud de iluminados y exclusividad  ̶ que es una muy mala costumbre ̶  y que solapa a las muestras de tradiciones antiguas hasta dejarlas en la sombra. Demasiadas veces predomina la mala costumbre de estos “guardianes” de la propiedad común, que actúan como auténticos ladrones al quitarle a los demás la parte que les corresponde de la cultura popular.

Sin duda, hay costumbres nefastas que anulan lo mejor de otras y, en realidad, suele ser solo un problema de educación casi tradicional y cada vez más difícil de superar. Ya veremos, con el tiempo, qué pasa con la costumbre de pasar o reenviar cositas por wasap en vez de llamar o visitar a alguien como se hacía antes.

En definitiva, no es que toda costumbre sea buena por antigua o por nueva. De las buenas, un poco más recientes, todo es cuestión de irnos acostumbrando y practicarlas incansablemente sin prepotencias ni exclusividades. Por qué hay costumbres que o son de todos o se transfiguran en manías personales. Todo esto, tenemos la mala costumbre de juzgarlo personalmente, de forma particular. Cosa en la que yo no voy a caer.