Contenedor

La guerra silenciosa

La guerra silenciosa

Un barrendero, en su tiempo libre, guardaba una colilla en el pantalón; mientras, su lavadora, centrifugaba vomitando al desagüe litros y litros de agua sucia con jabón. Los ganaderos tenían llena de mierda de vaca la carretera, pero un municipal multaba a un vecino por no limpiar la cagada de su perro. Al tiempo que, en la isla vecina, un camello escupió de lado, seguramente un chicle, en pleno parque natural protegido, donde no se permitía fumar. Todo bajo control.

En aquella sociedad aséptica se envolvían los alimentos en hojas de plátanos, pero se perseguía a los humanos que buscaban comida en los contenedores de basura y se vigilaban los etiquetados de contenido, las fechas de caducidad y el «consumir preferentemente». Se protegía la privacidad del comerciante para deshacerse de los alimentos en mal estado.

«Paso a paso» dijo un político sin levantarse de su silla del Congreso. «Sí», afirmó el presidente del club de empresarios, mientras lo veía en la gran televisión plana de su despacho. «Sííí» replicó un coro de empleados y desempleados.