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Ventrílocuo, ventrílocuo, ventri-lo-quía…

Ventrílocuo, ventrílocuo, ventri-lo-quía…

Hay gente que me acusa de hablar mucho de los ventrílocuos; pero, sea como sea, pienso que lo merecen. Como dijo un famoso muñeco: «Todos llevamos un ventrílocuo dentro».

Esta gente, no se pusieron delante de las cámaras hasta que el cine mudo dio el paso definitivo al sonoro. Son los más perjudicados por la obligación del uso de la mascarilla. Los desaparecieron de los espectáculos televisivos cuando inventaron el play back, hasta reaparecer con la responsabilidad de un presentador. Son el único artista que está entrenado para que no le contagien bostezos. Sus monólogos cuesta el doble hacerlos. Y así una larga lista de peculiaridades que los hace verdaderamente especiales.

Sí, es verdad que en esa campaña del «mute» están a medias; pero ese condicionante no es motivo para que se les llame machangos, a pesar de que su quehacer tenga siempre una parte de eso. Hagamos un esfuerzo por ser empáticos; aunque, en este caso, cueste el doble: así practicamos.