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Beneharo

Beneharo

Cuando llegaron los invasores europeos, la Isla se dividía en varias zonas que se regían por grupos de guerreros. Al frente de cada grupo destacaba un jefe tribal que denominaban Mencey. Eran personas muy respetadas, incluso por los habitantes de otros pagos, no solo por su intimidante escolta sino porque se le suponían valores demostrados.

Uno de ellos no entraba en la norma. Sin duda, Beneharo despuntaba por sus habilidades en la lucha, su agilidad y coordinación moviéndose por el agreste terreno que dominaba el grupo de Anaga, su velocidad y esa especie de sabiduría que emanaba cuando tardaba tanto en contestar o simplemente no lo hacía. Entre los otros menceyes era conocido por «el mencey loco» y hasta los suyos lo aceptaban con descaro, y él no se ofendía por ello. En realidad, eso diferenciaba del resto de jefes tribales de la Isla a uno que saltaba de un bando a otro pareciendo escoger siempre el más débil. En todas las guerras que entabló siempre hubo el mismo perdedor, los descendientes de los huesos sagrados sobre los que se juramentó.

Aquel día, una jurria de guanches bajaba rápida y brutalmente la cara Este de la cordillera enfrente de la alfombra de mar que separaba la Isla de Tamarán. No apreciaron que una lenta cuadrilla de castellanos se abría paso costosamente por aquellos acantilados. Beneharo fue quien primero se dio cuenta, así que de repente saltó con su lanza a la altura de ellos, pero a una distancia prudente y se quedó apoyado contra la pared, donde apoyó la larga pértiga y se agazapó tras unos arbustos. Los extranjeros no lo habían visto, por que observaban asustados como un grupo de hombres bajaba a tropel a sus espaldas, casi como si corrieran cómodos por aquella inclinada montaña. «El mencey loco» los siguió todo el día, hasta que Magec empezó a traspasar la cumbre.

Ya en la tarde, los extranjeros decidieron aprovechar un pequeño ensanche para comer y trasnochar. Al poco tiempo, uno de ellos se apartó del grupo con intención de satisfacer necesidades personales. Sin saberlo, se acercó donde descansaba el guerrero guanche. Si un testigo tuviera que decidir cual de los dos se impresionó más en el encuentro, sin duda, diría que el visitante.

El castellano desenvainó presuroso su espada y la interpuso entre él y el cuello del salvaje. Y con el rudo castellano de la época, pensando que el bárbaro no le entendía, dijo: «¿Qué piensas ahora que tienes a un manchego, nervioso y asustado, con tu vida en sus manos?». El guanche respondió con un castellano perfectamente comprensible: «¿Qué piensas tú, que tienes delante un guerrero tranquilo y sin miedo, a pesar de tener su vida en tus manos?». Más impresionado aun, el extranjero retrocedió rápido sin bajar el arma. Solo dijo «¡estás loco!», antes de salir corriendo a reunirse con los suyos.

Beneharo «el mencey loco» siempre fue coherente con sus actos, supo medir sus fuerzas en cada momento mejor que nadie; y participó en las luchas de Anaga, entre otras, sacrificándose con la grandeza de los más grandes y sabios de los menceyes de Chinet.