Contenedor

Castigada

Estaba harto de soportar tanta aberración y disparate que oía en televisión. Hasta entonces me bastaba con contestar o lanzar algún improperio en voz alta, discutiendo con el propio aparato, más -incluso- que con la persona que soltaba el disparate. Pero esa vez estallé y rebosó la rabia. La apagué y me fui al cuarto de estudio con mi ordenador.

En un rato, cuando Marta la encendió de nuevo, volví a la sala y me recosté cerca de ella, en el otro sofá, de espaldas al televisor.

-       Así no ves la tele – dijo.

-       Ya – contesté, para volver a caer profundo en lo que leía.

Es real que el libro me absorbía y que me gustó mucho, pero después de ese vino otro, y otro, y otro… por suerte retomé el gusto por soñar guiado por las letras y palabras de otras personas.

Fue Marta quién encontró el término preciso, la vez que al llegar a casa y verme escribiendo en mi sillón, de espaldas a la televisión que murmuraba indiferente, inquirió:

-       ¿Sigue castigada?