No me quejo
Recorren las venas, quemándolos, aquellos recuerdos.
Con egos acorralados, contantemente, sucumben al asedio.
Ya no lo encuentran denigrante, lo asumen y naturalizan
porque cataratas de lágrimas desangraron sus pechos.
Creen que no merecen, por ello,
más alivio o falso consuelo que el que se dan a toda prisa
con la que se cuentan el uno al otro
como es, como quema cada infierno.
Sin embargo, la situación se eterniza
y en mortal silencio reviven su dolor
o disfrazan bien sus sentimientos
y descarados se visten de gala y afirman:
«pues yo estoy bien, yo… no me quejo».
Mil perdones a los poetas