Contenedor

La chula

La chula

Le parecía una persona altiva, y no lo entendía: acostados somos todos del mismo tamaño. Más o menos… ¿No? De todas formas, ahora no podía pensar en él. Tenía mucha prisa, parecía que no llegaba… hasta que por fin pisó el paso de peatones y se paró bruscamente el camión; ya podía mirar a ver si le había entrado algún mensaje suyo. Pues no, no tenía nada; un calor la inundó de abajo a arriba, estaba harta de aquel eunuco que nunca se cabreaba: él arreglaba cualquier cosa con unas risitas bobas. Por eso le costaba quitárselo de encima, le agradaba a todo su entorno y le hacía quedar como la mala: Ella, que era la reina de la paciencia y se había entregado a aquella relación casi gratis.

  • ¡Qué susto! - ¿Cómo se le ocurre a la camionera tocar así la pita en medio de la ciudad? 
  • ¡Las mujeres deberíamos estar más unidas!
  • ¡Mira que me bajo y te vas a enterar! – Entonces aceleró el paso, como si ya tuviera puesta la vista en otro paso de peatones y no le interesara para nada el móvil a pesar de llevar los cascos puestos. Diciendo “tengo ganas de bronca” con todo el lenguaje corporal a su alcance.

La Avenida estaba llena de gente, pero ella se sentía una princesa andando por los pasillos de su palacio. Movió más las caderas al pasar por delante del salido de la pizzería, que -seguramente- estaba amasando las bases y mirando a las pibitas. Aquellos pantis parecían piel de verdad, adosados a su figura delgada y marcando hasta los lunares.

Vio una basca por fuera del 24 Horas y no le apeteció aguantar la bobería de la pibada. Así que cruzó la calle pasando por encima de las vías de tranvía. Seguía sin escribirle “el payaso este” (¡Coño! ¡Cabrón!).

Se arrancó aquellos pequeños cascos, que en realidad llevaban rato mudos, y sacudió su pelo teñido de rubio con fuerza y casi rabia, para regar su perfume dulcísimo y sus repelentes hormonas. Con un automatismo que aparentaba consciencia de que así levantaba un escudo muy amplio de su espacio vital.

Sin darse cuenta, estaba casi al final de la Avenida. Giró, y cruzó de nuevo las vías del tranvía hasta llegar a la acera contraría.

  • Puf (“Toy x fuera d u casa”) Pero qué se habrá creído el machango este.

Se puso los cascos, picó la única canción que tenía en el móvil y se dirigió decidida y rápida al 24 Horas, con la esperanza de que la gente siguiera allí. Cuando los vio, mientras cruzaba la última calle, escribió: “Toy n labnida gordi”. Sin reprimir su sonrisa más chula.