La luz
Nada más ver el espacio, trazó zonas para captar luz natural; necesitaba mucha luz. Se perforaron las paredes y se pasaron cables colgantes por los techos, se cavaron espacios para interruptores y señaló puntos de luz estratégicos. La iluminación era muy importante. Algo después, por fin, estaba terminada la instalación eléctrica.
El agua
El suministro había que darlo de alta, y eso costó un dinero. Desagües y enlace al alcantarillado fueron renovados por nuevos sistemas. Lo último en grifería y loza sanitaria; con nuevos puntos como, por ejemplo, un bidé donde antes no había nada. Todo cogía forma.
El aire
Aparecieron huecos de puertas y ventanas con acierto. Todo ello se apoyaba en un sistema de aire acondicionado y ventilación artificial que hacía todo el espacio habitable. Fue imprescindible también para los cuartos de baño, de donde salió la idea de calcular puntos de ambientación con olores naturales y colocación de plantas de interior, apoyadas por alguna artificial que completara la decoración.
Adecuación de la iluminación
La situación de las plantas obligó a calcular el tipo de iluminación para cada momento de la jornada. Las plantas de interior puras no existen, por lo que hay que logran que entre algo de claridad durante el tiempo de sol y sustituir esa iluminación para cuando no haya luz natural. Ahora la vida de las plantas estaba garantizada en el primer y segundo piso.
Jaulas y acuarios
Lo primero para introducir vida en el espacio era la ubicación fija de jaulas para aves y espacios para anfibios y animales acuáticos. Así, se hicieron armarios ocultos para bombeo, filtro y mantenimiento del agua y se calculó un espacio aéreo, que no agobiara, para encerrar preciosos pájaros.
Puestos de venta
Aunque estaba calculado desde un principio, se hizo alguna variación en la disposición de los espacios asignados a los humanos que iban a estar en la tienda. No era buscando comodidad, precisamente, sino la operatividad de los vendedores y la visibilidad de poster de los animales que estaban a la venta y no podían estar expuestos día y noche (por la nueva legislación). La verdad, quedó mucho mejor de lo previsto por los dueños de la tienda.
La séptima acción
El pago total nunca llegó. La agenda del contratista estaba llena de cobros pendientes, era donde único aparecía esta necesidad. Para el resto del mundo el contratista descansaba; pero, en realidad, cumplía con los tiempos que él mismo se asignaba para coger a los clientes en puntos claves donde no pudieran esquivarlo. Eran visitas personalizadas, para esto no servían las conversaciones por teléfono o dejar recados a otras personas.
Al contratista le daba todo lo mismo, solo quería cobrar por su trabajo y sentir que había hecho algo aceptable. Era un creador considerado imprescindible, aunque sabía que siempre se le echaría la culpa de lo que saliera mal e, incluso, la mala utilización posterior de las instalaciones por parte de los habitantes. No tenía consciencia del bien o el mal, ni quería tenerla: le daba lo mismo trabajar para jueces, esclavistas u otros asesinos. Pero sabía que su obra quedaría allí y nunca pasaría desapercibida. Casi seguro que, como a todos los artistas y creadores, su obra le sobreviviría.
Y, colorín colorado…